2. Movimiento Democrático del Magisterio Zacatecano (MDMZ) Parte 1 de 11
A 30 años del Movimiento Democrático del Magisterio Zacatecano.
por Genaro Ruiz Flores Dueñas
“DE NOCHISTLAN, ZACATECAS A LOS ANGELES, CALIFORNIA” Cronica de una familia transnacional de tres generaciones.
En 2019 se cumplieron 3 décadas de un suceso cuyo protagonista central fue el
magisterio zacatecano. Episodio que, amén de calificativos o consecuencias que se
le hayan atribuido, de alguna manera propició iniciar un recorrido de concepciones
y prácticas diferentes a las que de un modo más o menos generalizado concebían
y realizaban los trabajadores de la educación del estado de Zacatecas respecto a
su organización sindical.
A finales de la década de los ochenta del siglo pasado, como seguramente muchos
lo recordamos, la élite del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación de
México se encontraba en la cúspide del poder y para sus prosélitos todo transcurría
viento en popa: Carlos Jonguitud Barrios estaba en el pináculo del poder caciquil
que, bajo la égida de “Vanguardia Revolucionaria” (una organización que, sin ser
necesariamente legal, fue una corporación ad hoc dentro del sindicato, para que
una dirigencia pervertida obtuviese enorme éxito en su acceso al poder oficial),
sobredimensionando sus alcances reales y subestimando la capacidad de reflexión
y autocrítica del magisterio al interior de la organización gremial, llevó sus
pretensiones de poder político más allá de lo prudente y lo posible.
Hace más de 30 años, el Movimiento Democrático del Magisterio Zacatecano
(MDMZ) logró a contracorriente un grado inusitado de convocatoria. Esto en una
época en que para la dirigencia sindical oficial y su camarilla de epígonos todo
indicaba que al cobijo de Vanguardia Revolucionaria disponían del escenario y
momento perfectos para afianzar su hegemonía y perpetuación en el poder.
La firmeza que tenían era tanta que, en niveles locales, estatales y nacional se
dieron el lujo de declararse líderes vitalicios. Resultaba ésta una afrenta para un
gremio que, se supone, está integrado por trabajadores cuyo grado de preparación
y conciencia social no puede ni debe asumir actitudes de sumisión ante el trato
despótico de quienes, debiendo de ser sus defensores y estar a su servicio, les
utilizaban sólo para sus intereses particulares.
La esencia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación vivía un grado
de descomposición tal, que las condiciones oligárquicas acaparadas en los diversos
niveles por las correspondientes dirigencias usufructuaban cuotas de poder que se
reflejaban en una confusa madeja de prebendas, canonjías y atribuciones entre el
sindicato (SNTE) y la secretaría (SEP). Indistintamente, había asuntos que,
debiendo ser tratados ante la parte oficial, se abordaban y resolvían en el sindicato;
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y viceversa: asuntos de carácter sindical eran manipulados por las autoridades
educativas.
Sin ponernos nostálgicos y mucho menos románticos, diremos que
sistemáticamente se vulneraba a los sanos principios que no sin fuertes disputas
entre grupos antagónicos (o no coincidentes, dicho con más elegancia) de
maestros, lograron a mediados del siglo pasado (el 26 de diciembre de 1943)
estructurar una organización nacional única de la que deberíamos enorgullecernos.
Eso y no, como en múltiples ocasiones ha ocurrido, avergonzarnos por la actitud
personalista y de entreguismo de sus dirigentes, quienes a través de un contubernio
que beneficia a los pocos, perjudicando a los muchos, ejercen un maridaje que nada
tiene de constructivo entre profesionistas, profesionales de la educación.
En Zacatecas —y puedo asegurar que no era caso único—, muchos trabajadores
de la educación, para su tranquilidad laboral, preferían estar bien con la dirigencia
sindical que con las autoridades educativas, pues fueron muchos los casos en que
acciones negativas y conductas retorcidas de algunos trabajadores fueron motivo
de defensa, como se decía entonces, “a ultranza”, si el (la) trabajador (a) era de sus
adeptos.
Se dieron casos tan vergonzantes, como el de un profesor que, habiendo abusado
sexualmente de una alumna, que según se sabía no estaba bien de sus facultades
mentales, fue aprehendido por las autoridades correspondientes y recluido por su
delito. Mas, siendo el profesor en mención uno de los principales adeptos de la
dirigencia sindical en turno, tuvo por parte de ésta todo el apoyo y ayuda necesarios
hasta ser puesto en libertad. Una vez excarcelado, se le reinstaló en el trabajo en
otra zona escolar, sólo que con una gran mejoría: de ser maestro de grupo, de un
plumazo se le ascendió a inspector de zona escolar.
Ante ese escenario no del todo edificante en la trayectoria sindical de los
trabajadores de la educación de nuestro estado, tuvo lugar el acontecimiento que,
si bien no logró una repercusión de la magnitud que se esperaba, sí trajo algunas
modificaciones en las prácticas viciadas y relaciones laborales amañadas entre los
trabajadores y las autoridades educativas.
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De antemano ofrezco disculpas por las ocasiones —quizá con mayor frecuencia de
la que yo quisiera— en que, contra mi costumbre, recurriré al relato en primera
persona, pues haré mención a hechos y situaciones en los que estuve directamente
involucrado.
Tengo entendido que existen varios artículos y libros que tratan el tema que ahora
abordo. Así que —en vías de explicación, no de justificación— manifiesto que no he
tenido oportunidad de leer ni uno solo de ellos. Pero también, ante esa ignorancia,
ofrezco que lo que narraré será carente de prejuicios, aun corriendo el riesgo de
caer en reiteraciones. Debo hacer mención, asimismo, que aun cuando por mi
imperdonable falta de previsión carezco de una bitácora a la cual recurrir para
precisión de fechas y sucesión de acontecimientos con exactitud cronológica,
garantizo la autenticidad de los hechos a que haré referencia, puesto que fueron
vivencias inolvidables, algunas satisfactorias, otras portadoras de amargas, pero
útiles experiencias que no están sujetas a deliberación o fallo alguno.
Retomando el asunto central, recordemos —a propósito de la hegemonía de la
dirigencia sindical— aquellos tiempos en que, sin mayor motivo o causa precisa,
ante la inauguración de cualquier período gubernamental, la cúpula del SNTE no
perdía oportunidad para demostrar a la opinión pública y al propio gobierno el
“músculo” de sus huestes, presentando demandas con tintes meramente políticos.
Así lo fue en su oportunidad el paro de actividades en una mayoría aplastante de
los centros de trabajo de todo el estado, que duró casi un mes entero, para exigir la
salida del profesor José Vitelio García Maldonado como delegado de la Secretaría
de Educación Pública en el estado de Zacatecas. O bien para ventilar cuestiones
del orden laboral que, en muchas de las ocasiones, eran producto de
concertaciones previas con la parte patronal, que luego se exhibirían ante la base
trabajadora como conquistas de una dirigencia amañada.
Sobre todo, lo que hizo más vulnerable la credibilidad en el SNTE como
organización gremial fue haber instituido otro sindicato al interior del propio
sindicato. Vanguardia Revolucionaria se erigió como el más fuerte organismo rector,
de tal suerte que los dirigentes, como fue el caso de Ramón Martínez Martín, se
dieron el lujo de organizar concentraciones masivas con un tutelaje del más primitivo
tinte fascista, bajo consignas lapidarias como “Entrégale a tu sindicato una vida de
lealtad”; y coreando porras y entonando canciones populares con letras elaboradas
ex profeso:
(Con tonada de “La Rielera”)
Yo soy maestro y tengo un ideal,
a mi Vanguardia quiero preservar.
Cuando me digan que hay que pelear:
¡Aquí estoy, maestro, dispuesto a luchar”
y así por el estilo…
Al llegar la dirigencia del “sindicato más grande de América Latina” a la práctica de
estos onerosos actos masivos, indudablemente que lo hacía para elevar sus bonos
políticos y porque, aun cuando eran acciones con alto grado de efectividad, no
podían los jerarcas pasar por alto que con sus prácticas discriminatorias (“El que no
está conmigo está contra mí”), se incubaban profundas grietas entre las bases.
Fue así como, en acatamiento a disposiciones superiores, la dirigencia de la
Sección 34 de Zacatecas, paladinamente convocó a “cerrar filas” en torno a
Vanguardia Revolucionaria, a su líder vitalicio y a una vacua petición de “aumento
sustancial” al salario, organizando una marcha-manifestación el 16 de marzo de
1989 en la ciudad de Zacatecas. Es decir, una petición ambigua de mejora salarial
fue el objetivo-pretexto para exhibir fuerza y capacidad de organización; pero los
hechos ocurridos ese día mostraron lo contrario. No obstante que sin escrúpulo o
discreción algunos marcharon codo a codo, además de los dirigentes sindicales en
Por Genaro Ruíz Flores Dueñas.