G) impacto socioeconómico y cultural en la familia Macías.
“DE NOCHISTLAN, ZACATECAS A LOS ANGELES, CALIFORNIA” Cronica de una familia transnacional de tres generaciones.
Lo más significativo para la familia de mi papá es que la mayoría de sus hijos logró
estudiar y terminar alguna carrera en la Universidad. Es sabido que, sin las remesas
familiares para algunos de la familia, hubiera sido imposible estudiar una carrera
universitaria. Nuestro origen, campesino y pobre, nos limitaba muchas cosas. Era
prácticamente imposible poder estudiar en ese tiempo. El impacto mayor fue para
los más chicos de la familia, ya que los más grandes no alcanzamos esa ayuda.
Teníamos que trabajar duro en el campo. Además, en nuestra comunidad lo único
que había era educación primaria, y en algunos casos ni eso. En nuestra comunidad
sólo llegábamos a cuarto grado de primaria: para terminar el sexto grado había que
trasladarse a otra comunidad más lejana. En mi caso, siendo el mayor de la familia,
tuve que terminar mi escuela primaria en la comunidad Las Pilas, Nochistlán,
aproximadamente a 10 kilómetros de retirado de donde vivíamos.
Después, para continuar con mis estudios de secundaria, tenía que ir a Nochistlán.
No sé qué fue lo que me dio energía o fortaleza para lograrlo. Un recorrido de
aproximadamente 26 kilómetros de distancia por un camino accidentado de subidas
y bajadas, desde La Cuesta del Rey, donde vivíamos, para subir a Los Adobes,
pasar por el Jagüey, La Cuesta de las Minas, La Cofradía y Nochistlán, donde
estaba la secundaria “Diego Tenamaxtli”. Tres años de ir y venir a pie. Salía de mi
casa a las 4 de la madrugada para llegar a mi escuela a las 7 de la mañana. La
salida de clases era a las 3 de la tarde y a caminar de regreso, para llegar a mi casa
nuevamente a las 5 de la tarde, más o menos. Así sucesivamente por tres ciclos
escolares: desde 1980 hasta 1983.
Un maestro de la comunidad Santa Rita, que daba clases a mis hermanos menores,
había estudiado en la Normal de San Marcos. Era el profesor Cutberto Jáuregui. Él,
que conocía nuestra realidad familiar y económica, y conocía el sacrificio que
hacíamos para estudiar, ayudó para que yo solicitara una ficha para ingresar a la
Escuela Normal Rural “Matías Ramos Santos”, de San Marcos, Loreto, Zac. Era una
escuela para hijos de campesinos. Un hermano del profesor Cutberto, quien
también era sanmarqueño, fue quien me llevara a sacar ficha a la escuela normal.
En esta escuela se preparaba a los jóvenes para ser maestros rurales. Era un
internado de cuatro años, donde el gobierno sostiene la escuela para que los
estudiantes tengan todo: comida, hospedaje y buenas condiciones para estudiar.
De tal modo que uno como estudiante no necesita dinero ni nada de su familia para
estudiar o vivir en el internado. Gracias a ello pude estudiar mi carrera de profesor
de Educación Primaria, de 1983 a 1987.
Mi hermana Antonia, quien seguía de mí, ya no pudo estudiar porque no tuvimos
los recursos económicos. Por lo tanto tuvo que emigrar a EE.UU.
Mis demás hermanos —Gabriel, Ezequiel, Fernando y Maribel— sí tuvieron la
oportunidad de estudiar, ya que mi papá se encontraba en EE.UU. y mandaba
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dinero para eso. Él siempre decía: “Estudien, pongan empeño a su escuela.
Estudien”. Para ello, mi mamá y mis hermanos se mudaron a Nochistlán, para que
pudieran terminar sus estudios de secundaria, principalmente. Se rentó una casita
de adobe, muy deteriorada, más que donde vivíamos en el rancho, ya que esta casa
estaba en la orilla del río de las aguas negras de Nochistlán. En aquel tiempo era la
calle Tenamaxtli donde estaba esa casita. Mis padres no tenían para más.
De ahí se compró un lote, para la orilla en la carretera a la salida a Tlachichila. Ese
lote estaba prácticamente en un basurero. Era el basurero municipal de Nochistlán.
Ahí, a la orilla del basurero, mi papá construyó dos cuartitos para vivir. Mi mamá y
mis hermanos se movieron ahí cuando no había ni electricidad, ni agua potable, ni
servicios de drenaje. Dos cuartitos sin piso ni enjarre, pero al fin propios. Sin
embargo prevalecía la humillación por parte de la gente que pasaba ahí: porque era
la carretera entrada a Nochistlán y medio mundo miraba nuestra situación. Lo duro
era cómo aguantar y cómo se aguantó, en este caso mi familia, a vivir ahí, porque
yo ya no estaba ahí debido a que estaba internado en mi escuela. Fueron los años
de 1983 a 1986.
Cuando mi papá migra a EE.UU., poco a poco se fue construyendo esa casita de
modo que fuera un hogar digno de una familia. Por lo menos contaríamos con los
servicios básicos: el agua y el drenaje.
Entonces yo ya había egresado de la Normal y estaba ejerciendo mi profesión de
profesor de Educación Primaria en la comunidad de La Palma, Nochistlán. Organicé
todo ese barrio de San Sebastián, que estaba creciendo, para ponerle luz eléctrica.
Conformé, pues, un comité pro-electrificación. Pero por mis ideales —y así me lo
dijo el entonces presidente municipal, profesor J. Isabel Frías Rodríguez—, una vez
aprobado el proyecto y la obra, me dijeron que a la casita de mi familia no le
pondrían luz eléctrica. Y no le pusieron. Se electrificó todo el barrio, menos la casa
de mi familia.
Hice una denuncia en el Congreso del estado de Zacatecas, a través del diputado
local profesor Armando Cruz Palomino, quien denunció esto frente al ingeniero
Manuel Sánchez Legaspi, secretario de Programación y Presupuesto del estado de
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Zacatecas, en su comparecencia ante la legislatura. Esto coincidía con una visita
del presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, en 1989, a la ciudad de
Nochistlán. Ello provocó la orden para que inmediatamente pusieran el servicio de
luz a la casa de mi familia.
Todos estos antecedentes de pobreza, de no pensar igual que el sistema político
priista que estaba gobernando entonces, de ser campesinos, fue como una energía
de negatividad muy dura de vencer. Y eso se logró gracias a que mi papá empezaba
a mandar remesas familiares. Primero para terminar de construir una casa digna de
vivir. También para tener las condiciones económicas que permitieran que mis
hermanos pudieran continuar estudiando en niveles superiores de educación.
Mi hermano Ezequiel logra graduarse de la Universidad Autónoma de Chapingo, en
el Estado de México. Mis hermanos Fernando y Maribel terminan sus estudios en la
Universidad Autónoma de Zacatecas. Para mi papá y mi familia, éstos fueron los
logros más grandes que dieron satisfacción a todos y hacen orgulloso a mi padre
Andrónico, por todo su esfuerzo de migrante para empujar y sacar a la familia de
ese extracto social de marginación en la comunidad y moviéndose a un
reconocimiento social más digno como humanos y hermanos de una comunidad
con muchas tradiciones culturales y sociales.
En lo material, también se hacen inversiones principalmente en ganado y ranchos
de agostadero para el criadero de ganado. Por ejemplo, en un pequeño terreno de
6 hectáreas de agostadero —en la barranca de con Don Chema— a don Modesto
Ornelas. Se compra otro ranchito de 6 hectáreas y media de sembradío en la
comunidad de El Taray a su suegro Don Agustín Durán Avelar. Este terreno costó
6,500 dólares. Y finalmente se compra “La Mesita”, un terreno que está pegado al
que ya se tenía en La Cuesta del Rey. Este terreno se lo compra a Humberto Muñoz
Sigala en 100,000 pesos mexicanos.
Con esto se va a conformar un área propia de trabajo para la familia; especialmente
para mi hermano Ezequiel, quien ahora ya es Ing. Zootecnista y también profesor
de la preparatoria local de Nochistlán.
En estos terrenos se ha desarrollado un negocio familiar de engorda de becerros,
con una frecuencia ordenada al mercado de Guadalajara, lo que genera ingresos
para la familia y otras familias que ahí también trabajan. Los ranchos se han
mejorado con pastizales y agricultura planeada con técnicas más modernas y
profesionales. Los ranchos se adecuaron para manejo de ganado con equipo
profesional y un sistema de riego más eficiente.
Las inversiones con las remesas familiares —para educación primero y luego para
la compra de pequeños terrenos que permitieran crecer en la producción y criadero
de ganado destinado a la engorda— fueron fundamentales para el fortalecimiento
de este pequeño negocio familiar. Principalmente durante el cambio del rancho a la
ciudad o pueblo de Nochistlán. Fue en aquellos años de los ochenta, cuando se
tenía las remesas que enviaba mi papá de EE.UU., cuando se sentaron las bases
que sirvieron como apoyo para lo que hoy se tiene.
Económica, social y culturalmente, la familia ha logrado una mejor posición y
respeto social en la comunidad de origen. Ahora se participa también en muchas
actividades de beneficio para el desarrollo de la comunidad. Y muchas de esas
obras materiales y sociales no son sólo de la comunidad de origen, sino también de
Nochistlán, Zac. También han sido construidas y arregladas para beneficio de la
mayoría del pueblo. Por ejemplo, el Instituto Tecnológico de Nochistlán, la escuela
preparatoria de Tlachichila, la instalación de la red de agua potable de la comunidad
Cerro de San Miguel, la electrificación de la comunidad Santa Rita, la creación y
arreglo de la carretera o camino que va desde El Campamento hacia Santa Rita y
el Monte de Duranes. Son, entre otras, las obras en las que como familia hemos
sido indispensables y fundamentales en algunas de ellas para su realización. Sin
nuestra participación y/ o coordinación, muchas de estas obras de la comunidad no
hubieran sido posibles.
Por Julián Macías Durán