D) Experiencias
“DE NOCHISTLAN, ZACATECAS A LOS ANGELES, CALIFORNIA” Cronica de una familia transnacional de tres generaciones.
Los dos momentos en que mi padre participó en el programa, 1963 y 1965, dejaron
una experiencia con muchas lecturas. En primer lugar, el proceso que lo lleva a
llegar hasta el lugar de trabajo en Calipatria y Mendota, California respectivamente,
en la pizca de melón, fue largo y muy complicado. Todo nuevo, ya que en México
se trabajaba duro, pero las condiciones eran diferentes. Los terrenos en México
eran chicos; los campos de cultivo acá eran grandes. Ya en el campo o “field”, había
que trabajar, trabajar y trabajar.
Los campos eran grandes extensiones de siembra del melón. En aquel tiempo, se
trabajaba por surcos y a cada trabajador le daban un surco. Les pagaban una
pequeña propina por la cantidad de melones que pizcaban. Mi padre comentaba
que había conflictos entre los mismos trabajadores.
En una ocasión, un paisano de Nochistlán, que andaba en la misma cuadrilla de él,
iba adelante en el surco y otro camarada que llevaba el surco siguiente a él iba un
poco más atrás. Éste estaba robando los melones que su paisano de mi papá, don
José Puentes, ya había pizcado. Cuando don José Puentes se da cuenta de que el
compañero le estaba robando sus melones, se regresa y se agarran a golpes. Don
José Puentes era chaparrito pero estaba bien amarrado, y le puso una buena tunda
al que le estaba robando sus melones.
Trabajaban todo el día, hasta que se metía el sol. Luego se iban a descansar a unas
galerías muy grandes, cercanas a los campos. Ahí dormían y vivían todos los
trabajadores, en las llamadas BARRACAS. En las dos ocasiones que participó, mi
padre se alojó en esas bodegas adecuadas para que los trabajadores vivieran. Las
condiciones eran difíciles y no había espacio o tiempo para casi nada. El contrato
para trabajar era de 45 días. En esa época, los mayordomos eran muy duros y
aprovechaban al máximo el tiempo de los trabajadores braceros.
La experiencia en este trabajo fue de disciplina. Mi padre aprendió a hacer las cosas
bien, a respetar también a los demás incluso en la responsabilidad en el surco, en
la pizca de sus melones. El ritmo era acelerado; él estaba siempre agachado. No
había que quedarse atrás. Se tenía que trabajar más o menos al ritmo de los demás.
Así que también aprendió a trabajar en equipo.
La diferencia del trabajo en México y en California es que en tierra estadunidense
era mucho más duro. Igualmente en México, la mayoría de los trabajos del campo
eran individuales. Acá en EE.UU. aprendió a trabajar de manera colectiva. El salario
era de 75 centavos por hora más el número de melones que se pizcaban. Si eran
muchos más del promedio que tenían como estándar, recibían una propina. De este
sueldo, el gobierno les descontaba el 10%, que supuestamente iría a un fondo de
ahorro, por lo que el Gobierno de EE.UU. mandaba el dinero al Gobierno de México.
Este 10% prácticamente fue robado por los gobiernos de México, ya que nunca fue
devuelto ni al bracero ni a sus familias, como en el caso de mi papá Andrónico
Macías. En esa época, el dólar equivalía a 12.5 pesos mexicanos. Y el salario en
México era de 5 pesos por todo el día. Por esa razón era atractivo trabajar en
EE.UU.
Mi padre adquirió experiencia, aunque fue un período corto, principalmente en la
disciplina de hacer un trabajo bien. El trabajo que se hiciera tenía que estar bien
hecho. Aprendió a respetar y a comprender las diversas conductas de los
trabajadores al trabajar de manera colectiva. Podía ser trabajo individual, pero
respetando el trabajo.
Por Julian Macias Duran.